La luna se alzó en el cielo ya morado y oscurecido, una luna horrenda y repudiada que había presenciado crueldades e incluso había sido víctima de otras tantas. Había sido enviada como mal presagio: El claro ardía en furiosas llamas, el árbol caería y él perecería en medio de todo, destruyéndose el pozo con su muerte. Pero él no estaba listo para morir, una parte de él quería seguir luchando, así que corrió hacia el bosque, mas sus piernas gemían de tan precipitada carrera y sus pulmones estaban por colapsar; sus pies estaban quemándose y su corazón estaba demasiado dolido y cansado. Sin embargo, su voluntad era fuerte, después de todo, y podía sentir el fin cerca, con lo que le nació un nuevo aliento, una nueva vida, una vida que no quería marcharse tan rápido del todo, por lo que pudo correr lo suficientemente rápido como para escapar de las lúgubres manos que salían del mar de fuego. Recordó entonces una época que había sido olvidada, donde el bosque era su amigo, antes de que confundiera el pozo como parte del bosque, antes de hundirse en él.
Ya había perdido tres veces, no iba a perder una vez más. Al menos, no sin luchar por ello más fuerte que antes. Se propondría llegar a las montañas, donde había un santuario, quizá ahí lo recibirían y le ayudarían a conseguir consuelo. Si se iba, el pozo probablemente no sería destruido por las llamas, aun cuando el claro se quedara corrupto. El ser lo seguiría, en su manera psicótica de buscar el bien, pero él lucharía por ir un paso adelante y llegar a la cima de las montañas, donde quizá las nubes pudieran lavar sus ojos y abrir su mente, tranquilizando su desesperación y encerrándolo en un plano de inconsciencia satisfactoria, donde por fin podría elevarse y perderse en el universo, para al fin encontrar la tranquilidad que buscaba... Solo quizá. Si no lo lograba, podría ocurrir algo peor y quizá entonces él no podría volver a escapar. Por otro lado, si él ganaba, podría cumplir sus metas y, de una vez por todas, vivir feliz.
Él levantó la mirada, a las copas de los árboles, y se imaginó la silueta de las montañas recortadas en la bruma matutina. Cerró los ojos, inspiró profundamente, y los volvió a abrir. Entonces, con gran determinación, sonrió, se adentró en el bosque y corrió. Corrió para llegar más rápido. Corrió, no para huir, sino para enfrentar. Corrió por el fin de sus problemas. Corrió por el comienzo de su realización, por la conclusión de su historia. Él corrió, y corrió más rápido de lo que nadie ha corrido antes, hacia las montañas, hacia lo que fuera que hubiera enfrente. Corrió por él. Corrió, y no tropezó.