jueves, 28 de abril de 2016

El claro (Él, Parte 2)

Él estaba muriendo, o ya había muerto, o quizá aún seguía vivo, no lo sabía, ya nada era claro, él estaba completamente perdido y neciamente ciego a tan amargo final.
No deseaba morir, aunque tampoco quería seguir viviendo así. Renunció a todo, se dejó caer. Después de tan ardua lucha de tres vidas, se dejó vencer una vez más, y el ciclo volvió a comenzar. Siempre perdía, el peso de todo era demasiado y él no podía con tanto, simplemente se sofocó en un lago de problemas con un deseo atorado en la garganta, justo a punto de salir: El deseo de cumplirse a sí mismo. Pero nunca pudo, nunca podría. Nunca fue suficiente, siempre faltaba algo. Nunca pudo resolver el único rompecabezas que en realidad le importaba; nunca pudo terminar, necesitaba un tiempo que no le pertenecía y que nunca le perteneció; todo había sido rojo y negro, azul eléctrico y verde fosforescente. Todo era de ensueño, pero se volvió pesadilla y nunca logró despertar: Terminó aplastado. Y, mientras, la entidad se reía de él y de su ingenuidad, de su inmadurez; lo volvía su títere, pero no para malos propósitos, pues este ser era un ser caprichoso que existía en la línea entre lo bueno y lo malo; este ser lo guió de nuevo a la zona fría, donde el podía yacer con tranquilidad y recuperarse para regresar con todo su poder a la batalla. Se rio de su ternura masoquista y lo estrechó contra su seno, siempre protegiéndolo, de una manera paranoica, mas nunca hubo peligro.
Fue entonces cuando él saltó, cansado de estar en el pozo, aburrido de la monotonía de abajo, y se elevó. Observó. Era un gran pastizal, donde el pasto llegaba hasta los tobillos, un pasto suave que no irritaba; todo era verde, claro y hermoso. El cielo azul, los dos soles flotando, la escalera al cielo; todo nítido, lleno y deslumbrante. Un frondoso bosque rodeaba el gigante claro, estando el poso hacia el sur, y erigiéndose en medio de todo una colina con delicada pendiente. Era perfecta, acariciando con su cima el fresco viento. Allí, en la cima, un árbol tupido y único estiraba sus ramas a tan hermosa creación.
Él salió del pozo, saltó, corrió y huyó de la entidad de una vez por todas; sus caprichos abrumaban su entero ser. Se detuvo a las faldas de la colina y miró hacia el árbol: Un ser etéreo lo miraba, con unas luces rojas fulminantes, y mientras estudiaba su alma, se abrió hacia él, dándole la bienvenida. Por fin había llegado. Paz. Consuelo. Descanso eterno. Subió la colina, pero a la mitad se sintió golpeado por una fuerza invisible: Los ojos del ser ahora lo miraban con odio, furia, lo repudiaba, no lo aceptaba. Fue entonces cuando ocurrió: La peor catástrofe de todas.
El mundo se hizo añicos. Las imágenes de paz y tranquilidad, aquella hermosura, todo se destruyó. Su lugar, perfecto, estaba ardiendo; él era la causa, él lo provocó al salir del pozo. En vez del hermoso pasto solo habían tiernas y peligrosas llamas que, con sed insaciable, lamían el pasto y todo lo que encontraran dentro del claro. Alrededor del pozo solo había una alfombra de cenizas y una gaseosa nube de naranja furioso mientras, en el cielo, los soles se desvanecían tras gritos de dolor, la escalera se replegaba hacia arriba y subía una extraña luna, una luna de malos augurios...

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