Él vivía dentro del bosque. Muchos decían que vivía solo, pero eso no era cierto, él vivía lleno y rodeado de seres, fueran estos etéreos, <fantasmagóricos>, míticos, todos seres, al fin y al cabo. Solo, no, claro que no, él vivía con alguien más: Alguien que llegó indeseado y que forzó su estadía hasta ser perpetuamente aceptado.
Los que veían lo no visto llamaban a este intruso un ser maligno e invasivo, una entidad oscura y demoníaca. De estas suposiciones, invasivo es la más cercana, sin embargo, es mayormente erróneo. Este ser había sido involuntariamente llamado y, encima, atraído por el destino. Poseyó al hombre, cuando este era aún un niño, inexperto, rodeado por injurias de dolor, poseyéndolo con furia y gruñidos, saltos y convulsiones; no fue una fusión agradable. Días de calor seguidos de noches de frío, momentos de lagunas negras y falso control, tentativa felicidad que se quebraba como fino hielo bajo descomunal peso de problemas.
Él, adolorido y entumido, procedió a una fuerte transición. Pasó de ser nada a ser ciego, a ver doblemente detalles que antes no habían, comenzó a hablar y comenzó a sentir. Comenzó a conocer. A saber de lo bueno que tuvo y en ese momento ya no tenía, a lo lejos que quedabam sus ilusas metas de volverse Luna y Sol, a lo odiado y repudiado que del mundo podía ser. Halló su refugio, pero su refugio lo traicionaba. Era como curar una adicción con otra droga: Servía, aliviaba, se sentía bien, pero siempre terminaba en una recaída.
El otro ser se decidió y lo guió, entonces, por el mundo lleno de sombras y hastíos hasta un rincón mágico, un rincón propio, algo que había creado en otra vida. Se volvió agresivo y flamable, se volvió frío y filoso. Ya no había salida.Todo se había echado a perder. Sueños, metas, planes, horarios, amistades, seres queridos. Se pudrieron cual manzanas en otoño. Se volvieron cadáveres tiesos e inmóviles.
Él estaba muriendo, pero no quería morir...
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