Subiendo la colina, entre grises e inmóviles pierdas, tuve clara visión del valle donde se erige el Castillo de Sal. Se levanta, orgulloso, en su cuenca, en un valle oculto donde, con sus torres imperfectas, alcanza el sol. Señala al cielo y se despereza, estirándose cada vez más hasta lo inalcanzable, dando siempre una vista hermosa de sus alteraciones y sus compuertas.
El Castillo de Sal crece como un ser vivo y cada vez alcanza más altura, creciendo paciente como una estalagmita, lento pero constante. Se cree tan astuto y audaz el muy pillo, Ya que ni con la tecnología de los hombres, estos lo han encontrado, ni las mágicas sirenas lo han podido alcanzar o corromper.
Único como él mismo, el Castillo de Sal se libera en el agua que lo rodea, diluyendo parcialmente su exterior en el mar donde reside. El agua se torna entonces tan salada que es inhabitable, por lo que se le conoce como el Mar Muerto, siendo incidentalmente una defensa del Castillo de Sal frente a amenazas externas.
El Castillo de Sal, independiente como él mismo, se defiende de los opresores e invasores que detendrían su crecimiento comportándose como se le enseñó cuando era apenas un grano de Sal; siendo su meta no alcanzar las nubes, sino asomarse tímidamente a la superficie y conocer el mundo terrestre, dejando atrás el marítimo, para poder ser sabio y por fin disolverse en el aire.
Subiendo la colina, entre tristes piedras sin vida, pude observar el Castillo de Sal. Como agua cristalina, la visión se abría y presentaba ante mí, señalando el Castillo donde, en réplicas, surgieron todas las historias.
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