viernes, 27 de mayo de 2016

El cielo se despeja

Después de varios meses, la nubes seguían allí. Al principio había sido un alivio ver que el sol se opacaba, mas al paso de los días se volvía evidente que de alguna manera ya no existía el equilibrio, el sol hacía falta y todo estaba de malas por la falta de luz natural. Todos estaban siempre alertas ante una lluvia o tormenta que se presumía evidente, sin embargo, aquella lluvia no llegaba. Así fue la vida por cinco meses, todo gris y lleno de viento frío que calaba los huesos y metía polvo a las casas.

Después de cinco meses, una fuerte lluvia se soltó y bañó la ciudad; recibiéndola desprevenidos, aquella inesperada cascada de agua fresca sobre todo mundo nos hizo brillar con nuevas esperanzas; los niños correteaban ante la deliciosa fiesta que el cielo había armado; los vecinos tomaban sus sombrillas y salían a pasear y a comentar al mercado o al parque una vez que el flujo de agua se detuvo un poco. La lluvia arreciaba sobre los techos de las casas, ocasionalmente un gracioso trueno retumbaba y hacía temblar los frágiles ventanales de grandes casas; todo mundo se introdujo a sus hogares a pasar un agradable tiempo en familia una vez que la emoción los agotó.

El agua caía y caía, a veces imparable, a veces con pequeñas gotas que se sentían como millares de piquetes sobre la piel. El ambiente se tornó frío y húmedo y pronto la gente comenzó a desesperarse de verse encerradas, algunas personas incluso se vieron en el infortunio de enfermarse. Las plantas, las cuales en un principio comenzaron a reverdecer, se veían ahora tristemente ahogadas sin nadie que las consolara. Así fue la vida por cinco días, todo oscuro y ocasionalmente demasiado brillante, lleno de gotas de agua que llenaban la mente de un helado mar de lágrimas de confinamiento forzoso.

La lluvia se detuvo y sentí como el dolor cesó. Abrí los ojos y vi a mi familia alrededor mío, percibí el olor a antisépticos y traté de hablar, preguntar qué sucedía, por qué lucían tristes. Recordé la lluvia y mire por la ventana: El cielo estaba claro, azul, sin nubes. Traté de calcular la hora, mas mi mente estaba espesa, mi lengua pastosa y mi cuerpo entumido.

Sonreí al recordar que, siempre, el cielo se despeja. Encontrando entonces un cielo hermoso, con la ciudad iluminada por una hermosa luz de sol, sentí cómo el viento finalmente desaparecía, llevándose mi alma consigo...

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