miércoles, 7 de diciembre de 2016

Verde, como el pasto

Retozando en la pradera me di cuenta de que no hay nada más vacío que el que hace las cosas por interés, que el interés es aquel que impulsa a alguien a entablar amistad con alguien más cuando sus caminos no se cruzan y que los caminos cruzados son difíciles de ver.
No siempre el interés es malo, de todas maneras, a veces el interés da paso a algo auténtico que fluye como el cauce de un río. Y entonces ya no hay vacío, sino está el cristal, y el cristal no es malo, porque es claro, es hermoso, y se crea con mucha paciencia.
Me estaba preocupando por cosas tan egoístas como la naturaleza de mis relaciones, sobre si estoy solo en el mundo y si eso es bueno o es malo (por cierto, llegué a la conclusión de que sí estoy solo y de que es bueno porque nadie me detiene), o sobre qué debería estar haciendo, cuando vi a un ave volar sobre mí, y al seguirla con la vista, me topé con un árbol, imponente, antiguo, lleno de vida, y con el susurro de sus hojas al viento.
Mi mirada volvió al cielo y observé entonces que habían varias nubes en el cielo. Extraño, no recordaba haberlas visto antes. Estaba tan inmerso en mis pensamientos terrenales que no estaba viendo la hermosura del paisaje del que yo era parte. De estar tenso pase entonces a relajarme y abrir mi mente, dejando así que esos pensamientos tóxicos se escurrieran fuera y se fueran escapando bajo tierra por siempre.
Una nube tenía la forma esponjosa y blanca de una nube. No entendía por qué en las películas y series siempre tenían forma de algo, yo sólo veía una nube. Claro, las nubes no tienen forma, pero son esponjosas, ¿no es cierto?. Pero se supone las nubes forman figuras, y ninguna de las nubes en el cielo las forman. ¿Entonces a qué estaban jugando en la televisión, haciéndonos creer que las nubes tienen forma?
"Espera un momento, ¿qué estoy haciendo?" me pregunté. Me había decidido a observar el paisaje y disfrutar los momentos, pero de la nada ya estaba de nuevo torturándome con preguntas que sabía no podría responder, al menos no de forma satisfactoria.
"¿Cómo le hacían para calmarse? Respirar hondo y contar hacia atrás creo. 10, 9, 8, 7, 6, 5... Nada. Esto es desesperante, rayos, no logro entender por qué dicen que contar hacia atrás relaja, sólo me estaba desesperando. Vamos mejor con las ovejitas, a ver... ¿cómo hago para imaginarme una oveja? Mmm no lo sé, nunca había imaginado una oveja".
Decidí rendirme en calmar mi mente y comencé a observar todo, traté de absorber cada centímetro de información que el entorno me daba. No sé para qué aquel libro decía que esto iba a resolver mis problemas, sólo me hacía perder tiempo, pero bueno, ya estaba aquí, iba a aprovechar cada segundo e "intentar sacar lo mejor de la situación".
Mi mirada no pudo evitar posarse en el pasto. Al principio me irritó tener que vérmelas con la hierba, porque luego te deja la sensación de mil piquetes o los insectos camuflados en ella te comienzan a atacar. Pero viéndola, deteniéndome un segundo con una perspectiva diferente, me di cuenta de lo hermosa que era, verde, radiante, meciéndose delicada y firme al viento. Y el viento, aquella fresca brisa que soplaba en la tarde. Cerré mis ojos para intentar sentirlo con más fuerza. Me sentí verde, como el pasto.
Y, de pronto, la naturaleza me rodeaba en todo su esplendor. El frescor de su aliento me rodeaba, a veces me daba escalofríos, pero era relajante sentir aquel eterno ventilador sobre la piel, era reconfortante.
Abrí mis ojos, y todo era bello. Más pájaros surcaron el cielo, y yo seguí su trayecto por el cielo de infinito azul, aquel azul que sólo se veía interrumpido por las nubes y alterado por el atardecer.
Al principio odié el atardecer, recordé. El Sol no calentaba ni quemaba tanto, pero cómo molestaba la intensa luz naranja que lanzaban sus rayos, deslumbrándote aunque cerraras los ojos. Era desesperante.
Pero viendo la gamma de colores que bailaban en un espectáculo memorable detrás en el horizonte, me sentí, pequeño, insignificante, pero bendecido, afortunado. No cualquiera puede llegar a darse cuenta de lo que hay detrás de esa belleza, porque sabía que detrás del infinito azul había un infinito negro, y cruzando los colores del atardecer sólo había oscuridad. Me sentí entonces inmensamente triste y decepcionado por lo ignorante que había sido antes, pensando que el humano gobernaba todo y que yo puedo gobernar mi futuro a conveniencia, cuando hay cosas más importantes que el yo rodeándonos.
Mi mente voló entonces a cavilaciones más profundas que no me molestaron, porque sentía que eran las preguntas correctas: Yo he visto este atardecer, pero, ¿qué han visto los atardeceres? El Sol se ha levantado y puesto por siempre, y está desde antes de que la Tierra existiera. Ha visto cuando ella era una masa sin forma, cuando era un planeta caótico, la vio en su esplendor de vida y la vio sufrir cuando la vida fue destruida casi en su totalidad. Vio cuando los humanos aparecieron, cuando progresaron, cuando crearon. Nos vio dejar de verlo, nos vio construir, nos vio olvidar. Y cuando nos vayamos, seguirá allí, siempre, tan sólo unos minutos de hermosura y belleza incomparable que parece una eternidad.
Deseé poder quedarme hasta el amanecer, deseé haber llegado antes a aquel lugar. Vi entonces las nubes antes de que el Sol desapareciera, y vi que parecía que se hubieran encendido. Logré ver entonces edificios con cúpulas en ellas, edificios, islas flotantes: era como si hubiera un mundo escondido en las nubes, y en aquel mundo hubieran encendido ya los faroles y las bombillas.
<<Y es que cuando llueven cerebros nada cambia, pero cuando se cosechan los frutos de ello las ideas entonces se dejan ver y se llevan a cabo, pero ¿quién va a ver algún día de su vida una lluvia de cerebros? Es algo tan descabellado como que hay más de 10 millones de estrellas. Pero las hay. Y, aunque no las puedas contar, puedes imaginar que están allí, expectantes, burlándose de lo ingenuo que puedes llegar a ser por no dejarte serlo. No se tiene que ver para creer, y si tienes que hacerlo, entonces eres tú el crédulo, porque se consigue llegar a lugares más altos volando que con los pies en la Tierra.>>
Claro que volvería, volvería cada que pudiera, porque mis problemas ya no eran problemas, sino un pequeño contratiempo que se resolvería fácil. Y es que todo tiene solución.
Con mis pulmones llenos de aire puro, mis ojos deslumbrados pero no arrepentidos, y mis oídos calmos, volví a casa con una sonrisa de oreja a oreja, y riéndome ocasionalmente por alguna ocurrencia nueva de mi mente renovada.

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