jueves, 15 de febrero de 2018

Colapsar.

Cada vez me pregunto más qué hago aquí. ¿Por qué me molesto en ir a clase si no estoy cómodo y por ende no tendré provecho de ello? Bien pude haberme quedado en casa, haber hecho despensa, comer siquiera.. Mi cabeza duele, el dolor de mil martillazos estalla tras mis ojos, no puedo, no quiero, pero debo. No queda nada para mí si no lucho, pero ya perdí demasiada sangre. Aquellos que me dieron las armas me siguen acuchillando, me siguen embistiendo, dicen que es mi culpa, creo que creen que soy demasiado amenazante para ellos pero demasiado inofensivo a la vez para los demás, y mis colores los confunden, así que cual toro atacan a todo lo que bruscamente se mueve.

No quiero ser breve. Ya me callé demasiado, y necesito sacarlo todo. Busqué ayuda, pero no parezco a estar dispuesto a mejorar porque no sigo los buenos consejos, sigo haciendo nada. Y sigo por la vida, digo que no es nada pero mis ojeras dicen lo contrario, mi seriedad pide ayuda a gritos, está gritando "¡Para por favor!" mientras mi cuerpo se mantiene sereno para que mi mente se vuelva más serena y mis ojos se mantengan secos. Mi mente se siente entumecida. Todo brilla con sombras irreales, no logro identificar la luz de las sombras; ya no hay lágrimas pero tampoco hay felicidad, no hay vida. Nada me importa ya realmente, pienso que es mejor tener algo físicamente tóxico dentro si eso seca lo intangiblemente tóxico.

Vivo con miedo, vivo con temor, cada movimiento que hago lo calculo fríamente porque no quiero despertar a los perros. Ya me ladraron antes, incluso llegaron a morderme, y he pensado en enfrentarlos ya que no los pude domar. Y he pensado.... Dios, cuánto he pensado. En mis pensamientos habitan mis demonios, por lo que no es tan bueno pensar. Estos demonios han sido mis amigos, puesto que hemos trabajado juntos cuando todo el mundo se cerraba sobre mí, eran los únicos que me querían vivo y entero, aunque fuera para comerme desde dentro después. Pero un demonio es un demonio, y se rebelan, patalean, golpean y destrozan todo cuando ven la oportunidad, cuando veo la luz. Viven en mi cabeza, conocen mis pensamientos, y por eso saben exactamente cuáles son los pilares agrietados para destrozarlos y hacer que todo se me venga abajo.

Pero ya no me importa. Sólo estoy dejando de existir, lentamente, llevándome lo poco que tengo, y me dejaré caer en el vacío, aunque hayan voces que me digan que no lo haga, aunque hayan voces que quieran alcanzarme para traerme de vuelta. La oscuridad. Qué atractiva. No hay nadie allí que me vea, ni nadie que me juzgue, ni nadie que pueda alcanzarme para hacerme daño.

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