jueves, 15 de febrero de 2018

Lo que uno posee

Tengo una resortera que no uso, pero la conservo porque simboliza la esperanza del imposible de salvar una relación que se perdió hace mucho...
Tengo etiquetas de productos que he adquirido con mi dinero, recordando lo difícil que es reunirlo de aquí y allá (por trabajo o por abstinencia de ciertas cosas); y lo difícil pero remunerante que es conseguirlo, especialmente cuando otras personas solo piden y obtienen, y tú no te puedes permitir acciones similares.
Tengo un sueño que se ahogó, un sueño sobre un libro, y que alimento redactando pensamientos, experiencias o historias en un triste blog abandonado por la sociedad y, en ocasiones, por mí.
Tengo una vida que es tanto solitaria como transitada por gente que viene y va. Soy una estación de trenes, una parada de autobús: siempre verás gente esperando, pero esa gente nunca se queda. Nunca estoy solo. Pero tampoco estoy realmente acompañado.
Tengo gustos musicales peculiares, así como gustos literarios y artísticos, que han sido empujados al fondo de un armario para que sólo se muestre, al abrirlo, los abrigos y chamarras de todo lo socialmente atractivo, todo lo económicamente próspero, todo lo que los demás quieren ver.
Tengo inseguridades producto de una vida llena de juicios externos e internos, juicios hacia mi persona que fueron hirientes en su mayoría, y gran parte de ellos venían de mí mismo. Son miedos que poco a poco he ido escalando, pero aún no he vencido.
Tengo todo, y tengo nada. Las cosas materiales no me llaman mucho la atención, porque sé que estarán vacías si no les imprimo algo sentimental. Por eso tengo nada. Sin embargo, conozco cómo manejarme en la vida sin perderme totalmente a mí mismo, y por eso tengo todo.

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