jueves, 15 de noviembre de 2018

La inmortalidad humana

¿Por qué hacemos las cosas que hacemos?
¿Qué parte de nosotros insiste tanto en permanecer?
¿Por qué insistimos en trascender?

Siento que todo giran en torno a la muerte.
Toda la existencia aparece, desaparece, vuelve a aparecer y, de la nada, se desvanece de nuevo. Nadie es tan consciente de ello, pero todo se mueve en el mismo ciclo sin dejar atrás nada más que un cuerpo en descomposición.
Excepto los humanos.
Desde tiempo atrás, ganamos conciencia, razonamiento, complejidad de pensamiento y emoción. Ganamos autorrealización, ganamos miedo. tenemos celos, tenemos ira, tenemos amor, todo lo que, aparentemente, poseen otras especies, sin embargo,  ninguna especie lo posee todo a la vez ni lo procesa tan profundamente.
Algo más que adquirimos y que secretamente nos persigue, es el sentimiento de pérdida. Tenemos miedo de perder algo: nos ponemos tristes, agresivos, ausentes o nostálgicos cuando ello pasa. Comenzamos a vivir en el pasado donde, felices, teníamos aquello que perdimos. Una relación (amorosa, familiar, amistosa), algo material y sentimental como una casa en concreto, o estábamos en una clase con un docente más agradable que el actual. Y, para vivir en tal pasado, lo inmortalizamos a través de talismanes, algo proveniente de ese episodio de nuestras vidas, como la pluma que usamos al plasmar algo en el papel, o la plumilla al tocar aquella guitarra, o el collar de la madre que se fue y nunca volvió. Algo que nos haga sentir que no se fue del todo, que siempre puede volver, algo que alargue su existencia.
Empezó, supongo, cuando la humanidad, en sus inicios, comenzó a formar las tribus nómadas. Lo primero que se inmortalizó fue el conocimiento sobre cómo fabricar armas, cómo hacer fuego, cómo crear vestimenta con pieles. Las primeras pérdidas fueron cuando el mejor cazador de la tribu caía, pues significaría mayor dificultad en conseguir buena y abundante comida. Perder al mejor curtidor era no tener abrigos tan buenos para invierno. La catástrofe de que todos los varones y mujeres fuertes cayeran y se quedaran desamparados los débiles, los viejos y los niños.
Posteriormente la preservación del conocimiento valioso tomó vías más perpetuas: la pintura rupestre. "¿Recuerdan aquella vez que matamos a un mamut?". De ahí todo fue subiendo en complejidad y duración, hasta llegar al arte y la tecnología de hoy en día.
La base de todo ello, siento, está en tener una existencia tan efímera: cuando mueres, es inmediato; de repente estás aquí y de repente ya no estás más en ningún lugar, y puede ocurrir en menos de lo que dura un parpadeo. O mayoría de la gente tiene una memoria corta y ambigua, lo que recuerda pero no recuerda bien se mezcla y no se sabe con certeza lo que ocurrió en ese tiempo. Pero, si nuestra existencia no fuera tan frágil, si fuéramos más longevos o, incluso, inmortales, ¿realmente estaríamos tan desesperados por dejar nuestra marca en el mundo? Yo supongo que no. El punto en trascender se basa en la acción de dejar algo atrás, hay un abandono implícito de por medio. Sí, el realizar algo también es porque genera sentimiento de autorrealización y orgullo, pero el imprimirlo y preservarlo a través de generaciones son acciones que se toman para no dejar de vivir. Los talismanes que nos mantienen vivos incluso después de nuestra muerte. "Si siguen cantando mis canciones y siguen leyendo y alabando mis libros cien años después de mi muerte, ¿estoy realmente muerto? Mis pinturas y esculturas son mi carta de presentación: no importa que me vaya, me conocerán, sabrán quién soy, lo que pienso, lo que siento y lo que anhelo".
¿Por qué insistimos en permanecer? Porque queremos, secretamente, vivir tanto como la tierra misma.

lunes, 5 de marzo de 2018

¿En qué nos hemos convertido?

De paseos honrados en el parque a fiestas con alcohol, cigarros y drogas, bailando al son de música con contenido denigrante
De rosas y cortesía a condones y pedantería
De preocuparnos por tener un futuro próspero a ocuparnos en el presente para olvidar el pasado
No tenemos lúcidas ideas, tenemos divertidos momentos
Ya no hablamos de cosas serias, compartimos memes y a través del humor ocultamos el dolor
Ya no decimos por favor, sólo tomamos y hacemos como si no nos importara
Es el siglo XXI, era de la sumisión, era de la auto opresión, era de evitar hacer una elección
Procrastinación e ignorancia son las mujeres más atractivas, no más llanto, ellas te acogen en su seno
Poco a poco nos clavamos nuestras propias garras cada vez más profundo, criticamos a los demás, nos preocupamos demasiado, pero nunca hacemos nada por cambiarnos a nosotros mismos

Ahora ya nadie discute de temas profundos, sólo dicen "eso es profundo" sin llegar a analizar el contenido
Leemos escritos oscuros y no escogemos darnos cuenta que es un grito de ayuda, una petición de socorro
En vez de asistir a una persona sólo nos reímos o susurramos en tono grave

¿En qué nos hemos convertido? ¿En peones de la tecnología, en vanalidades andantes, en sentimientos falsos?
¿En qué nos hemos convertido? ¿En monstruos que viven en un mundo que nos distrae de nuestra oscuridad?
¿En qué nos hemos convertido? ¿En gente que piensa a futuro sin realmente pensar en él?
¿En qué nos hemos convertido? ¿Quién es capaz de decirlo? ¿Quién es capaz de ser imparcial y de analizar y proclamar que nos hemos descarriado, o que vamos en el camino correcto?

Pantallas que alumbran por doquier, dañando la vista de todas las personas, viciando los cerebros y absorbiendo ideas y motivaciones
Pantallas que alumbran por doquier, nos dan todo y nos lo quitan todo
Pantallas por las que daríamos nuestros corazones, pantallas, pantallas y pixeles, una pantalla estrellada con tantos pixeles muertos como nuestras ilusiones
Ya nadie vive como escoge vivir, vive como le toca vivir, y se repite a sí mismo que fue su elección cuando sabe que no fue realmente así
Competencias por doquier, la supervivencia del más apto y la mediocridad del menos capaz
Talento para crear ya no es utilidad, utilidad es ahora la aptitud de alguien para producir
Todo se basa en moldes y no hay ya nada que carezca de ellos y se transforme en lo que quiera

¿En qué nos hemos convertido? ¿En maestros modificadores o en bestias destructoras?
¿En qué nos hemos convertido? ¿En comodidad abundante de la que nunca podemos escapar?
¿En qué hemos convertido el mundo? ¿En nubes grises de desesperación que no nos dejan ver las estrellas?
¿En qué hemos convertido el mundo? ¿En qué nos hemos convertido? ¿En qué? ¿En qué? En un qué...

jueves, 15 de febrero de 2018

Colapsar.

Cada vez me pregunto más qué hago aquí. ¿Por qué me molesto en ir a clase si no estoy cómodo y por ende no tendré provecho de ello? Bien pude haberme quedado en casa, haber hecho despensa, comer siquiera.. Mi cabeza duele, el dolor de mil martillazos estalla tras mis ojos, no puedo, no quiero, pero debo. No queda nada para mí si no lucho, pero ya perdí demasiada sangre. Aquellos que me dieron las armas me siguen acuchillando, me siguen embistiendo, dicen que es mi culpa, creo que creen que soy demasiado amenazante para ellos pero demasiado inofensivo a la vez para los demás, y mis colores los confunden, así que cual toro atacan a todo lo que bruscamente se mueve.

No quiero ser breve. Ya me callé demasiado, y necesito sacarlo todo. Busqué ayuda, pero no parezco a estar dispuesto a mejorar porque no sigo los buenos consejos, sigo haciendo nada. Y sigo por la vida, digo que no es nada pero mis ojeras dicen lo contrario, mi seriedad pide ayuda a gritos, está gritando "¡Para por favor!" mientras mi cuerpo se mantiene sereno para que mi mente se vuelva más serena y mis ojos se mantengan secos. Mi mente se siente entumecida. Todo brilla con sombras irreales, no logro identificar la luz de las sombras; ya no hay lágrimas pero tampoco hay felicidad, no hay vida. Nada me importa ya realmente, pienso que es mejor tener algo físicamente tóxico dentro si eso seca lo intangiblemente tóxico.

Vivo con miedo, vivo con temor, cada movimiento que hago lo calculo fríamente porque no quiero despertar a los perros. Ya me ladraron antes, incluso llegaron a morderme, y he pensado en enfrentarlos ya que no los pude domar. Y he pensado.... Dios, cuánto he pensado. En mis pensamientos habitan mis demonios, por lo que no es tan bueno pensar. Estos demonios han sido mis amigos, puesto que hemos trabajado juntos cuando todo el mundo se cerraba sobre mí, eran los únicos que me querían vivo y entero, aunque fuera para comerme desde dentro después. Pero un demonio es un demonio, y se rebelan, patalean, golpean y destrozan todo cuando ven la oportunidad, cuando veo la luz. Viven en mi cabeza, conocen mis pensamientos, y por eso saben exactamente cuáles son los pilares agrietados para destrozarlos y hacer que todo se me venga abajo.

Pero ya no me importa. Sólo estoy dejando de existir, lentamente, llevándome lo poco que tengo, y me dejaré caer en el vacío, aunque hayan voces que me digan que no lo haga, aunque hayan voces que quieran alcanzarme para traerme de vuelta. La oscuridad. Qué atractiva. No hay nadie allí que me vea, ni nadie que me juzgue, ni nadie que pueda alcanzarme para hacerme daño.

Lo que uno posee

Tengo una resortera que no uso, pero la conservo porque simboliza la esperanza del imposible de salvar una relación que se perdió hace mucho...
Tengo etiquetas de productos que he adquirido con mi dinero, recordando lo difícil que es reunirlo de aquí y allá (por trabajo o por abstinencia de ciertas cosas); y lo difícil pero remunerante que es conseguirlo, especialmente cuando otras personas solo piden y obtienen, y tú no te puedes permitir acciones similares.
Tengo un sueño que se ahogó, un sueño sobre un libro, y que alimento redactando pensamientos, experiencias o historias en un triste blog abandonado por la sociedad y, en ocasiones, por mí.
Tengo una vida que es tanto solitaria como transitada por gente que viene y va. Soy una estación de trenes, una parada de autobús: siempre verás gente esperando, pero esa gente nunca se queda. Nunca estoy solo. Pero tampoco estoy realmente acompañado.
Tengo gustos musicales peculiares, así como gustos literarios y artísticos, que han sido empujados al fondo de un armario para que sólo se muestre, al abrirlo, los abrigos y chamarras de todo lo socialmente atractivo, todo lo económicamente próspero, todo lo que los demás quieren ver.
Tengo inseguridades producto de una vida llena de juicios externos e internos, juicios hacia mi persona que fueron hirientes en su mayoría, y gran parte de ellos venían de mí mismo. Son miedos que poco a poco he ido escalando, pero aún no he vencido.
Tengo todo, y tengo nada. Las cosas materiales no me llaman mucho la atención, porque sé que estarán vacías si no les imprimo algo sentimental. Por eso tengo nada. Sin embargo, conozco cómo manejarme en la vida sin perderme totalmente a mí mismo, y por eso tengo todo.

sábado, 19 de agosto de 2017

Episodios: Despensa

Hoy fui a hacer despensa al Bodega Aurrera, en el "súper", y me sentía radiante, me sentía bien
Iba repasando mentalmente una y otra vez la lista de lo que tenía que comprar, aunque sabía que no era necesario memorizarla porque tenía la foto en mi teléfono, no obstante, sentía la necesidad de hacerlo.
Opté por una canasta, es más práctico para la cantidad de artículos que pensaba comprar, ni siquiera llevaba mochila para evitar que las bolsas se rompieran como ya me había ocurrido antes.
Caminé, había mucha gente, muchos artículos en promoción y otros tantos con rebajas.
Primero, no encontraba el queso manchego. Aquí, en esta isla de refrigerados, estaba el Parmesano, y acá al lado estaban los yoghurts y las leches, es decir, lácteos, pero, ¿dónde estaba el resto de los quesos?
Seguí caminando, incómodo de que hubieran tantos empleados del súper en mis cercanías, al pareces les estaban surtiendo productos y se estaban encargando de ubicarlos en sus respectivos departamentos.
Al final resultó estar hasta el fondo con los embutidos, algo ilógico, pero al mismo tiempo estratégico. Pensé en la elección de organizar estratégicamente en vez de lógicamente. No optan por organizar semánticamente, sino agrupan por necesidad.
Me moví a la parte de despensa general. No sabía cuánto iba a gastar y había hecho previos cálculos para ver si me iba a alcanzar mi dinero para cuando me depositaran el martes. Tenía que oagar ciertos boletos de una bienvenida, de la cual me debían cierta cantidad, mas no había hecho cuentas concretas.
Junté mis artículos vagando de pasillo en pasillo, regresando a veces, pues iba contando conforme al orden de la lista y no al orden de su distribución física. Me estaba retirando cuando recordé que no tenía sal.
Sal, sal, no recuerdo haber visto la sal. ¿Estará con el azúcar? ¿O con los huevos y el aceite? ¿Estará por la mayonesa, con los aderezos? ¿O en ese pasillo de las gelatinas donde parece que metieron todo lo que no tenía clasificación?
Vagué una y otra vez por los pasillos, sintiendo las miradas en mi, miradas que decían "mira a ese estúpido chico, qué distraído, inútil, estorboso e idiota es. Es obvio que no encuentra algo, ya pasó por aquí cinco veces e incluso me pidió que me quitara para poder entrar al pasillo. ¿Por qué no simplemente le pregunta a un empleado dónde está lo que sea que está buscando?"
Así que decidí apurarme. Pero no confío en los empleados y no quería verme en la situación incómoda de reconocer que no puedes encontrar la sal en un lugar donde toda la distribución está etiquetada. Pero decidí ahorrarme lo embarazoso de pasar una décima vez por los pasillos, y preguntarle al primer empleado que encontré.
-"Disculpe, ¿podría decirme dónde está la sal?
-"Está del otro lado
-¿Podría decirme como a qué altura, en qué pasillo?
-Como a tres o cuatro pasillos
-Del otro lado, ¿verdad?
-Sí, por el pasillo de arroz y frijoles"
"Tonto.", pensé, "¿Cómo no se me ocurrió meterme a ese pasillo? Aunque tampoci vi como si hubiera sal pero de seguro está allí"
Subí los tres pasillos y crucé. Sólo habían paquetes de frijol y arroz.
"Está bien, he comido mis huevos sin sal, puedo seguir comiéndolos sin ella, puedo volver otro día pero ya estuve demasiado tiempo por aquí"
Y salí corriendo antes de que me siguieran viendo, o tuvieran chance de hacerlo, y pensar cosas malas sobre mí.

Episodios: Psicólogo

Hace unos meses me decidí a que necesitaba ayuda profesional y busqué un psicólogo
No tuve el valor de llamar, dije que mejor preguntaba en persona
Fui a la clínica después de checar 20 veces dónde estaba exactamente y por dónde y hacia donde tenía que caminar
Y al final llegué
Y me quede viendo la "Y" gigante de Psicología que tenía pegada la fachada
Me debatía por dentro si me atrevía a entrar o no
Pensaba en el dinero que iba a gastar en cada consulta, y que mis padres podían pagarlo, aunque se iban a quedar cortos de fondo pagando ya mis estudios
Me imaginaba entrando y preguntando sobre los precios y la frecuencia de las citas, ¿realmente lo necesitaba? Me sentía bien. Podría decirse que lo hacía. ¿Y si en el futuro seguía teniendo mis típicos episodios de depresión y ansiedad?
Me moví un poco hacia atrás porque no sabía si podían verme ahí parado, no quería que lo hicieran
Seguí pensando, en que no era que necesitara salir de algo malo, necesitaba encontrar un madero (metafórico) para manetenerme a flote
Pero no podía entrar, no así, no aquí. En el fondo sigo siendo inseguro, sigo teniendo miedo. Y lo sabía.
Y al final seguí caminando a casa

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Verde, como el pasto

Retozando en la pradera me di cuenta de que no hay nada más vacío que el que hace las cosas por interés, que el interés es aquel que impulsa a alguien a entablar amistad con alguien más cuando sus caminos no se cruzan y que los caminos cruzados son difíciles de ver.
No siempre el interés es malo, de todas maneras, a veces el interés da paso a algo auténtico que fluye como el cauce de un río. Y entonces ya no hay vacío, sino está el cristal, y el cristal no es malo, porque es claro, es hermoso, y se crea con mucha paciencia.
Me estaba preocupando por cosas tan egoístas como la naturaleza de mis relaciones, sobre si estoy solo en el mundo y si eso es bueno o es malo (por cierto, llegué a la conclusión de que sí estoy solo y de que es bueno porque nadie me detiene), o sobre qué debería estar haciendo, cuando vi a un ave volar sobre mí, y al seguirla con la vista, me topé con un árbol, imponente, antiguo, lleno de vida, y con el susurro de sus hojas al viento.
Mi mirada volvió al cielo y observé entonces que habían varias nubes en el cielo. Extraño, no recordaba haberlas visto antes. Estaba tan inmerso en mis pensamientos terrenales que no estaba viendo la hermosura del paisaje del que yo era parte. De estar tenso pase entonces a relajarme y abrir mi mente, dejando así que esos pensamientos tóxicos se escurrieran fuera y se fueran escapando bajo tierra por siempre.
Una nube tenía la forma esponjosa y blanca de una nube. No entendía por qué en las películas y series siempre tenían forma de algo, yo sólo veía una nube. Claro, las nubes no tienen forma, pero son esponjosas, ¿no es cierto?. Pero se supone las nubes forman figuras, y ninguna de las nubes en el cielo las forman. ¿Entonces a qué estaban jugando en la televisión, haciéndonos creer que las nubes tienen forma?
"Espera un momento, ¿qué estoy haciendo?" me pregunté. Me había decidido a observar el paisaje y disfrutar los momentos, pero de la nada ya estaba de nuevo torturándome con preguntas que sabía no podría responder, al menos no de forma satisfactoria.
"¿Cómo le hacían para calmarse? Respirar hondo y contar hacia atrás creo. 10, 9, 8, 7, 6, 5... Nada. Esto es desesperante, rayos, no logro entender por qué dicen que contar hacia atrás relaja, sólo me estaba desesperando. Vamos mejor con las ovejitas, a ver... ¿cómo hago para imaginarme una oveja? Mmm no lo sé, nunca había imaginado una oveja".
Decidí rendirme en calmar mi mente y comencé a observar todo, traté de absorber cada centímetro de información que el entorno me daba. No sé para qué aquel libro decía que esto iba a resolver mis problemas, sólo me hacía perder tiempo, pero bueno, ya estaba aquí, iba a aprovechar cada segundo e "intentar sacar lo mejor de la situación".
Mi mirada no pudo evitar posarse en el pasto. Al principio me irritó tener que vérmelas con la hierba, porque luego te deja la sensación de mil piquetes o los insectos camuflados en ella te comienzan a atacar. Pero viéndola, deteniéndome un segundo con una perspectiva diferente, me di cuenta de lo hermosa que era, verde, radiante, meciéndose delicada y firme al viento. Y el viento, aquella fresca brisa que soplaba en la tarde. Cerré mis ojos para intentar sentirlo con más fuerza. Me sentí verde, como el pasto.
Y, de pronto, la naturaleza me rodeaba en todo su esplendor. El frescor de su aliento me rodeaba, a veces me daba escalofríos, pero era relajante sentir aquel eterno ventilador sobre la piel, era reconfortante.
Abrí mis ojos, y todo era bello. Más pájaros surcaron el cielo, y yo seguí su trayecto por el cielo de infinito azul, aquel azul que sólo se veía interrumpido por las nubes y alterado por el atardecer.
Al principio odié el atardecer, recordé. El Sol no calentaba ni quemaba tanto, pero cómo molestaba la intensa luz naranja que lanzaban sus rayos, deslumbrándote aunque cerraras los ojos. Era desesperante.
Pero viendo la gamma de colores que bailaban en un espectáculo memorable detrás en el horizonte, me sentí, pequeño, insignificante, pero bendecido, afortunado. No cualquiera puede llegar a darse cuenta de lo que hay detrás de esa belleza, porque sabía que detrás del infinito azul había un infinito negro, y cruzando los colores del atardecer sólo había oscuridad. Me sentí entonces inmensamente triste y decepcionado por lo ignorante que había sido antes, pensando que el humano gobernaba todo y que yo puedo gobernar mi futuro a conveniencia, cuando hay cosas más importantes que el yo rodeándonos.
Mi mente voló entonces a cavilaciones más profundas que no me molestaron, porque sentía que eran las preguntas correctas: Yo he visto este atardecer, pero, ¿qué han visto los atardeceres? El Sol se ha levantado y puesto por siempre, y está desde antes de que la Tierra existiera. Ha visto cuando ella era una masa sin forma, cuando era un planeta caótico, la vio en su esplendor de vida y la vio sufrir cuando la vida fue destruida casi en su totalidad. Vio cuando los humanos aparecieron, cuando progresaron, cuando crearon. Nos vio dejar de verlo, nos vio construir, nos vio olvidar. Y cuando nos vayamos, seguirá allí, siempre, tan sólo unos minutos de hermosura y belleza incomparable que parece una eternidad.
Deseé poder quedarme hasta el amanecer, deseé haber llegado antes a aquel lugar. Vi entonces las nubes antes de que el Sol desapareciera, y vi que parecía que se hubieran encendido. Logré ver entonces edificios con cúpulas en ellas, edificios, islas flotantes: era como si hubiera un mundo escondido en las nubes, y en aquel mundo hubieran encendido ya los faroles y las bombillas.
<<Y es que cuando llueven cerebros nada cambia, pero cuando se cosechan los frutos de ello las ideas entonces se dejan ver y se llevan a cabo, pero ¿quién va a ver algún día de su vida una lluvia de cerebros? Es algo tan descabellado como que hay más de 10 millones de estrellas. Pero las hay. Y, aunque no las puedas contar, puedes imaginar que están allí, expectantes, burlándose de lo ingenuo que puedes llegar a ser por no dejarte serlo. No se tiene que ver para creer, y si tienes que hacerlo, entonces eres tú el crédulo, porque se consigue llegar a lugares más altos volando que con los pies en la Tierra.>>
Claro que volvería, volvería cada que pudiera, porque mis problemas ya no eran problemas, sino un pequeño contratiempo que se resolvería fácil. Y es que todo tiene solución.
Con mis pulmones llenos de aire puro, mis ojos deslumbrados pero no arrepentidos, y mis oídos calmos, volví a casa con una sonrisa de oreja a oreja, y riéndome ocasionalmente por alguna ocurrencia nueva de mi mente renovada.